La llegada de Donald Trump a la Presidencia de los Estados Unidos provocó ciertas dudas sobre cuál iba a ser el destino del TTIP. Su oposición frontal al TPP hizo que algunos pensaran que el TTIP tendría el mismo destino. Sin embargo las cosas van por otros derroteros. Hoy cuando llevaba fuera de foco los 100 días de la Presidencia Trump, nos encontramos ante la resurrección del TTIP.

La semana pasada, Paul Ryan anunció en Londres que los EE.UU. quieren ir «haciendo camino» con Europa para llegar al TTIP. Es la consecuencia de las dotes de persuasión de Merkel explicando a Trump que el modelo bilateral que prefiere no es válido con los países de la Unión Europea dado que la política comercial como una de las políticas europeas en el aparentemente modesto Título II de la Quinta Parte del Tratado de Funcionamiento, artículos 206 y 207.

Por su parte, Wolfgang Schäuble, Ministro de Finanzas alemán, reiteró recientemente la conveniencia de llegar al TTIP pero que éste debía ser mucho más simple. Y hoy la Comisaria europea Cecilia Malmström se encuentra en Washington manteniendo contactos con el Secretario de Comercio Ross y otras autoridades estadounidenses sobre el desarrollo de las negociaciones. Por tanto parece que las negociaciones -nunca paralizadas, sino meramente hibernadas- volverán próximamente a desarrollarse. De hecho, durante estos primeros 100 días de Presidencia Trump continuó habiendo conversaciones (aunque no sean rondas negociadoras), que han permitido acercar posiciones en el complejo mercado farmacéutico.

De hecho, el abandono del TTIP no casaba demasiado bien con los miedos de Trump, al que no le gustan los tratados multilaterales de comercio en los que alguno de los signatarios sea un Estado con costes laborales y requisitos medioambientales y de seguridad bajos. De hecho se siente más cómodo con los Tratados bilaterales en donde es más sencillo imponer una concepción del mundo, sobre todo cuando la otra parte negociadora no tiene su mismo peso económico. Europa, en este sentido, puede ser diferente, una vez que ha comprendido la base constitucional europea.

Ahora bien, todo lo anterior no significa que las dificultades reales que existen para llegar a un acuerdo hayan desaparecido. El TTIP tenía grandes dificultades incluso bajo la Presidencia de Obama. El objetivo era muy ambicioso y la separación entre los modos de regular la economía demasiado grande. Cuestiones como las denominaciones de origen o la apertura del mercado estadounidense de la contratación eran obstáculos de difícil superación. Sólo su valor político, que les oponía a China, la India y su Regional Comprehensive Economic Partnership (que se aprobara a lo largo de 2017) mantenía la ilusión de concluirlo con éxito.

Para la Unión Europea, el TTIP es una necesidad. Desnortada, aturdida por el Brexit, sorprendida por el rechazo que provoca, sin un proyecto claro; fió su futuro al TTIP y a los Tratados comerciales como el CETA. Este último puede ser su único rédito, muy poco teniendo en cuenta todo lo que ha apostado, reduciendo competencias de los Estado, limitando la participación ciudadana… y viendo como el Reino Unido rehace su política comercial bilateral con EEUU y como China, la India y Japón impulsan el RCEP. Por ello, es importante lo que ha señalado el Ministro alemán de Finanzas: la respuesta estará en un TTIP más sencillo y menos ambicioso. Pero la posición negociadora de una Europa débil no será la misma.

Pero con carácter general, no hemos de sorprendernos si estos grandes tratados siguen su curso y acaban componiendo la “Constitución de una economía global única”, por recoger la expresión del antiguo Secretario General de la Organización Mundial de Comercio, Renato Ruggero, cuando habló del Acuerdo Multilateral de Inversiones. Estos tratados forman parte del Estado actual de desarrollo del capitalismo y por ello sus impulsores los consideran imprescindibles.

 

Por ello, la actividad es incesante. La Unión Europea ha suscrito el CETA con Canadá y otros tratados de filosofía parecida con Vietnam, Singapur o Corea del Sur. Hemos abierto relaciones con México y Perú. Es previsible que tengamos que suscribir algo similar con el Reino Unido cuando se materialice el Brexit (o en paralelo a firmar el acuerdo de salida británico). Y Europa está ahora en medio del proceso de negociación del Trade in Services Agreement, que posiblemente sea el que más impacto va a tener en nuestras vidas como ciudadanos por afectar a los servicios públicos.

Aunque el TPP esté abandonado, en principio, por los Estados Unidos, Japón y México están intentando impulsarlo. Parte de su contenido lo están intentando imponer Japón, Australia y Corea del Sur en el Regional Comprehensive Economic Partnership que impulsan los miembros de ASEAN. Pero, más aún, ya se oyen en los EE.UU. Han empezado a surgir rumores de que el abandono del TPP es menos drástico de lo que parece y que Trump ha asumido el riesgo de dejar Asia en manos de China. En una línea similar, el NAFTA, pese a lo que parecía al comienzo del mandato Trump parece que vuelve a tener visos de tener futuro. Aunque, sin duda, para él es más cómodo un acuerdo bilateral como el que quiere negociar con el Reino Unido.

Este minicuadro de los grandes tratados nos coloca en la pista de uno de sus elementos más relevantes:  las relaciones cruzadas entre ellos con lo que su desmantelamiento resultará complicadísimo desde un punto de vista jurídico.

Y no podemos olvidar que el elemento central de estos Tratados es que constituyen un punto de partida, no uno de llegada. La cooperación regulatoria permitirá avanzar en la regulación de los sectores económicos y ampliar los contenidos del Tratado a través de los mecanismos de cooperación reguladora con un deficiente control democrático. Las formas de justicia privada de los arbitrajes de inversiones y equivalentes actuarán como diques del sistema. Están aquí con la pretensión de quedarse.

La perspectiva que han adoptado estos tratados es comercial. Es el fundamento del que se ha partido a la hora de su articulación y que ha atraído el resto de los contenidos, estén o no vinculados. Y precisamente por ello, su orientación no va a permitir ponderar todos los elementos en presencia. El conflicto entre TTIP y sanidad, al que he hecho referencia en otro post, es la prueba palpable de lo que estoy señalando.