Este artículo fue publicado originariamente en Sistema Digital

Tras el tumultuoso periodo de Presidencia de Donald Trump, una corriente de felicidad se extiende por las ciudades de los Estados Unidos. Joe Biden será investido Presidente y se abrirá un tiempo aparentemente nuevo. Todo ello, claro está, salvando la batalla judicial que se iniciará, tal como veremos con posterioridad a través de la declaración de Trump, el lunes 9 de noviembre.

Sin embargo, el pasado 3 de noviembre no se eligió al Presidente de los Estados Unidos sino a los electores que votarán el el lunes siguiente al segundo miércoles en diciembre del mismo año. Esto es, tendremos, formalmente, que esperar hasta entonces y a la revisión que hará la Cámara de Representantes en enero.

Cuando Biden finalmente tome posesión el 21 de enero de 2021 se va a encontrar un país diferente al que dejó como Vicepresidente con Obama en 2017. Cuatro años parecen pocos, pero realmente el efecto Trump ha sido devastador en muchos ámbitos de aquél país. Cuatro serían sus grandes retos para la reconstrucción del país.

 

 Elecciones de un país en el que ha aflorado una crisis constitucional

 

El proceso electoral que se está desarrollando ahora ha hecho aflorar los problemas que tiene el sistema electoral estadounidense. Una serie de problemas que, si no fueran los Estados Unidos, diríamos que están en un Estado fallido: Es un país sin censo de ciudadanos y para votar hay que inscribirse; es un país sin documento de identidad y uno de los problemas es la determinación del documento que resulta válido para el voto; es un país en donde bastantes de las personas que están en prisión no pueden votar; es un país en donde algunos de los que han cumplido sus penas no pueden votar. Es el país que reconoce la nacionalidad estadounidense a los puertorriqueños pero que no les permiten votar en las elecciones presidenciales y que, al mismo tiempo, les niegan un representante en la Cámara de Representantes y el Senado. Es, en definitiva, el país de los que no pueden votar.

Incluso en el año del #BlackLivesMatters, se puede señalar que todo lo anterior tiene un sesgo racial importante. Los blancos tienen menos problemas para acudir a registrarse, tienen documentos de identificación con fotografía y la población reclusa es mayoritariamente negra.

La propia existencia del Colegio Electoral, configurado en el siglo XIX para evitar los riesgos del voto directo a la Presidencia, empieza a ser objeto de controversia: de acuerdo con Gallup más del 60% de la ciudadanía quiere cambiarlo. Este cambio constitucional del artículo 2 requiere una mayoría de 38 Estados y dos tercios del Senado y la Cámara de Representantes. Una situación que sólo ahora forma parte de la preocupación social, posiblemente por el hecho de que Clinton ganó las elecciones de 2016 con una sustancial diferencia, casi 3 millones de votos y que Trump ganó 3 Estados clave (Michigan, Pensilvania y Wisconsin) por menos de 100.000 votos. La propia existencia del Colegio no ha sido puesta en duda hasta ahora porque sólo 5 Presidentes –Trump (2016) Bush (2000), Harrison (1888), Hayes (1876) y Adams (1824), tuvieron menos votos populares que su oponente. Los devastadores efectos de Trump han llevado la cuestión al primer plano.

Y, en fin, se debe recordar que han sido unas elecciones federales con 50 procedimientos electorales distintos, lo que afectan a procedimientos electorales (con tres opciones, voto anticipado, voto por correo y voto presencial), papeletas y sistemas de recuento de votos. Realmente, encontramos argumentos para hablar de crisis constitucional, tal como ha señalado José Manuel Martínez Sierra.

Son, por otra parte, las consecuencias de seguir con un procedimiento electoral anclado en el siglo XIX y en donde ha habido grandes crisis, como la protagonizada por la elección del año 2000, que no hubiera resistido ningún análisis de un observatorio electoral independiente. Si se lee la sentencia del Tribunal Supremo Bush v. Gore se observará que allí sí hubo un fraude electoral, entre otras cosas porque no se contaron los votos, tal como pidió en 2020 Donald Trump. La historia se repite, allí como farsa, aquí como tragedia.

Elecciones de un país roto

Las elecciones de esta semana han mostrado que los Estados Unidos son, en la actualidad, un país dividido en dos mitades. Los códigos básicos del debate político estadounidense se han ido rompiendo punto por punto. Lo que resulta más paradójico es que el principal actor de esta ruptura ha sido el propio Presidente.

Si hay una frase que lo atestigua es aquella de Trump en la que señala, con la falsa solemnidad que utiliza en ocasiones, que aceptará formalmente el resultado “if I win”.La contraposición de votos legales (que en su opinión son sólo los emitidos en urna el pasado día 3) de votos robados, que son los demás; la negativa a reconocer la victoria electoral, su llamamiento a “defender la presidencia” las imágenes de muchas ciudades con ciudadanos armados en defensa de Trump son manifestaciones complementarias de que aquí nos encontramos ante una ruptura de la democracia.

De hecho, la declaración del Presidente Trump del pasado día 7 de noviembre es clara no aceptando el resultado electoral: “Beginning Monday, our campaign will start prosecuting our case in court to ensure election laws are fully upheld and the rightful winner is seated. The American People are entitled to an honest election: that means counting all legal ballots, and not counting any illegal ballots. This is the only way to ensure the public has full confidence in our election. It remains shocking that the Biden campaign refuses to agree with this basic principle and wants ballots counted even if they are fraudulent, manufactured, or cast by ineligible or deceased voters. Only a party engaged in wrongdoing would unlawfully keep observers out of the count room – and then fight in court to block their Access”. No es, como en 2000, una reclamación electoral, es la discusión después de las elecciones, de las reglas con las que se ha constituido la democracia estadounidense

Algo que no es de hoy, sino que ha venido ocurriendo en los cuatro años de presidencia. Es, en definitiva, lo que está muy bien y prolijamente explicado en el libro de Levitsky y Ziblatt “Cómo mueren las democracias”.

También ha sido una constante de su mandato. En efecto, su vertiente iliberal ha hecho mucho daño, y no sólo afecta a su apoyo a los grupos alt-right. El cambio en el discurso político, alterando la realidad y con poco respeto a las formas democráticas de la crítica política. La continua acusación de fake news a los medios de comunicación y la creación de verdades alternativas para proteger su gestión han sido una constante. O, por recoger algo de hace poco tiempo, hay que recordar la campaña que desancadenó Trump contra U.S. Post Services para evitar que pudiera tramitar el voto por correo.

Todo lo anterior se complementa un dato del propio Trump y su forma de gobernar: ha estado inmerso en un gran conflicto de intereses como consecuencia de la titularidad de su emporio económico. Posiblemente fuera bueno releer el Memorando que permitió que Obama aceptara el Premio Nobel de la Paz (por sus emolumentos económicos) o la relativa al otorgamiento de la nacionalidad irlandesa a Kennedy. Reglas que están claras para otras presidencias no se aplicaron para el Presidente Trump. Un factor más para la ruptura de la convivencia democrática.

Para Biden, problablemente sea la cuestión más relevante. De hecho, en su brillante discurso del día 7 de noviembre, ha insistido mucho en esta cuestión de la recuperación de la unidad del país.

 Un país aislado y sin liderazgo internacional

Casi nadie podía pensar que incluso a los pocos meses después de la llegada de un nuevo Presidente a la Casa Blanca se hubiera producido un cambio tan significativo en el papel de los EE.UU. en las relaciones internacionales. Casi nadie podía prever que, por pura renuncia, por las decisiones de su Presidente, Donald Trump, los EE.UU. han iniciado la senda para dejar el papel prominente que ha venido ostentando después de 1945 y se ha refugiado en su interior, tal como ocurría en 1914. Esto es, las decisiones que está tomando Donald Trump está contribuyendo a acrecentar el declive de los EE.UU.

No estoy diciendo que en poco tiempo haya perdido su poderío. Sigue siendo la primera potencia económica del mundo, tal como ha venido ocurriendo desde 1871. Sus Fuerzas armadas siguen siendo poderosas, más que ninguna otra en el mundo (a pesar de los cambios que se están produciendo). Lo que está ocurriendo es algo mucho más sutil, que no se puede medir: el liderazgo. Un liderazgo que está perdiendo por renuncia y desconfianza.

De hecho, hay tres ámbitos relevantes en donde esto ha ocurrido ya: “libre comercio”, defensa y protección del medio ambiente global. Tres ámbitos que, abordados de forma conjunta, reflejan una pérdida de influencia global.

De entrada, llama la atención el cambio que en el comercio internacional ha experimentado EE.UU. desde la llegada de Donald Trump. No es una cuestión de vuelta al proteccionismo (que creo que resulta inviable teniendo en cuenta su estructura económica) sino de la renuncia a liderar los nuevos tiempos de los Nuevos Tratados de Libre Comercio; alterando la estrategia común que republicanos y demócratas habían tenido desde hace décadas. Abandonando el TPP, ha permitido a China, India y Japón impulsar su propia estrategia en la que el Regional Comprehensive Economic Agreement ocupará un papel preponderante, agrupando al 40% de la población global. No ha entendido que la estructura de tratados bilaterales para impulsar una visión imperial, de supremacía estadounidense, no es seguida en todo el mundo.

Su agenda del “America First” ha chocado con el dato derivado de la reunión de Davos de enero de 2017. El Presidente de la Republica Popular China, Xi Lipeng, se pronunció claramente contra el proteccionismo y afirmó su disposición a llenar el agujero que está creando EE.UU. en materia de libre comercio.Se ha encontrado con un regalo inesperado en la presidencia de Trump que le permitirá configurar nuevos estándares comerciales.

El liderazgo militar también está en cuestión. No tanto, insisto, por una pérdida de potencial sino por su falta de voluntad de liderar la OTAN. En la últimas reuniones, el Presidente que más habla no dijo aquello que había que señalar: su compromiso con el artículo 5 del Tratado. Un artículo 5 que no es sino el compromiso de ayuda mutua en caso de agresión, la clave del sistema que todos los Presidentes hasta ahora habían mantenido en su primera aparición en la cumbre de la OTAN.

Esta ausencia simbólica de compromiso fue recogida por la Canciller Angela Merkel con su ya famoso “Los europeos tenemos que tomar el destino en nuestras manos”, en el que se resalta que no se puede contar con los aliados tradicionales para todo. “Los tiempos en los que podíamos depender completamente de otros, hasta cierto punto han terminado. Es mi experiencia de estos últimos días”, continuó la Canciller. Y la equiparación que hace de estas relaciones de amistad es expresiva: “naturalmente, contando con la amistad con Estados Unidos, Reino Unido y con relaciones de buena vecindad con otros países cuando sea posible, también con Rusia”.

Lo que ha terminado de alejar a EE.UU. es su salida del Acuerdo de París sobre el cambio Climático, que se producirá, caso de que se materialice, cuando Trump haya terminado su primer mandato. El mensaje colgado en twitter en 2012, relativo a que el concepto del cambio climático fue inventado por los chinos, parece indicar que su posición es bastante acientífica.

La crisis social.

Los Estados Unidos constituyen un país sin Estado social. Un problema tradicional que se ha agudizado desde la crisis económica de 2008 y que fue lo que impulsó la aprobación del Obamacare, la norma que permite tener un mínimo servicio médico general. Una normal, recordémoslo, que fue descafeinada primero en el Parlamento y, con posterioridad en el Tribunal Supremo. El problema fue sencillo, afectaba a los ingresos públicos y, en particular, al derecho de propiedad, ya que algunas medidas se consideraban excesivas.

En el propio Partido Demócrata se quiere ver estas elecciones como un salto adelante en la constitución del Estado social. La necesidad previa de acuerdo entre Biden y Sanders permitió incluir un contenido más progresista al programa de un centrista como Biden cuya compañera de cartel, Harris, tampoco se distinguía por su izquierdismo.

Pero las declaraciones de la conocida activista Alexandra Ocasio-Cortez, miembro de la Cámara de Representantes en el Estado de Nueva York (revalidando su escaño con el 68% de votos) nos acerca a las posiciones del ala izquierda de los demócratas con los que deberá conciliar Biden. Y este posiblemente sea lo que más dificultades le provoque, teniendo en cuenta de donde vienen Biden y Harris.

La posición de este grupo de los Democratics Socialists of América, en el que se encuentran el propio Sanders, Ocasio-Cortez y otros líderes ascendentes de los demócratas es clara al respecto: “A democratic socialist society would also guarantee a wide range of social rights in order to ensure equality of citizenship for all. Vital services such as health care, child care, education (from pre-K through higher education), shelter and transportation would be publicly provided to everyone on demand, free of charge. Further, in order to ensure that the enjoyment of full citizenship was not tied to ups and downs in the labor market, everyone would also receive a universal basic income — that is, a base salary for every member of society, regardless of the person’s employment status”. Nada que no conozcamos en Europa y que sin embargo, constituiría un cambio revolucionario en los Estados Unidos. Este cambio afectará a otras instituciones que no forman parte de la política redistributiva: plantean la prohibición de las prisiones privadas y abolir el Immigration and Customs Enforcement (ICE), dentro de un cambio en la política migratoria”. 

Como se puede apreciar, una posición muy diferente de la que ha mantenido el establishment estadounidense, incluso la del propio partido demócrata, en el que se encuentran Harris y Biden. El planteamiento de los socialistas estadounidenses es un intento de agitar la política estadounidense y está calando sobre todo entre los jóvenes que no se habían involucrado en la política. Es un planteamiento no alejado de algunas posiciones de otros reputados precandidatos demócratas, como Elisabeth Warren. Posiblemente aquí también está el gran reto que tiene la Administración Biden-Harris, y que permita separar a los demócratas del discurso republicano que ha venido dominando la vida política de los Estados Unidos (incluso en la época Obama) y que se resume en el título del conocido libro de Lakoff: “No pienses en un elefante”. Si no fuera así, el riesgo de escisión para los Demócratas sería considerable