Guerra comercial Estados Unidos-China. La guerra comercial entre Estados Unidos y China sigue cumpliendo etapas. Tras los estallidos del verano, manifestados en los incrementos recíprocos de tarifas aduaneras, ambas partes esperan que poco a poco la fruta vaya madurando.
En los últimos tiempos se ha producido un nuevo evento con trascendencia comercial (en la vertiente del e-commerce): la comunicación de los EE.UU. de salir de la UPU, la Unión Postal Universal, de la que fue fundadora allá por año 1874.
Formalmente, la razón estriba en la queja por el precio de ciertos servicios postales. La realidad es que constituye otra forma de presión hacia China, a la que pretende ahogar en uno de los aspectos en los que está siendo más poderoso en los últimos años, el comercio electrónico.
Ahora bien, cuando pensamos en esta guerra comercial, las consecuencias van mucho mas allá del impacto global en el crecimiento o en el comercio internacional. Quedarnos en estos datos, que sin duda serán negativos, no será más que una visión limitada.
De hecho, a primera vista, podría decirse que es una ventana de oportunidades y la práctica seguridad de que hay un perdedor.
Empecemos por la ventana de oportunidades. Dos datos lo reflejan con nitidez. Hoy EE.UU. ha incrementado sus tarifas aduaneras para los productos chinos un 10%. Esta cantidad se incrementará a un 25% (esto es, diez veces más que la media de las que tiene con otros países). El hueco que, por razones obvias, dejarán los productos chinos podrán ser ocupados por otros países.
En efecto, cuando se limitan las importaciones de material estadounidense para la aviación, por ejemplo, se está abriendo la opción de que la gran compañía europea de fabricación de aeronaves ocupe el lugar de Boeing en el mercado chino. Algo parecido puede ocurrir cuando el incremento en las tarifas de la soja estadounidense, tomadas en represalia por China, abre la posibilidad de que los brasileños la vendan en el mercado asiático.
La ventana de oportunidad tendrá unos efectos a medio y largo plazo porque entrará dentro de lo razonable que China concentre sus esfuerzos comerciales en otros lugares, incrementando el peso del corredor asiático de la economía. Por ello, no será, tampoco, desdeñable que esta guerra comercial permita finalmente culminar algunos tratados comerciales de nueva generación. El caso del RCEP posiblemente sea el más llamativo, sobre todo porque China (e India) serán actores principales. Estos pactos no tienen impacto global sino que lo que hacen es concentrar el intercambio de bienes, servicios y capitales entre los países suscriptores del mismo. Cuando juntamos a India, Japón, China y Corea del Sur bajo el mismo paraguas el impacto que tiene es considerable en el desarrollo económico de ellos.
Una ventana de oportunidad que incluso debiera utilizarse desde la Unión Europea para el incremento del comercio con los EE.UU. y para adoptar soluciones, por ejemplo en medios de pago, que limite la influencia norteamericana en la economía europea.
De hecho, en una única decisión inteligente de Trump en política exterior en los últimos años, antes del verano enfrió la controversia comercial con Europa. Un doble frente comercial con los primeros actores comerciales mundiales es igual de desastroso que un doble frente militar.
De igual manera, es en esta clave de evitar el aislamiento como se ha de interpretar la firma por parte de los EE.UU. del nuevo NAFTA, hoy transformado en USMCA, acrónimo U.S.-Mexico-Canada Agreement. Un nuevo acuerdo que, si lo comparamos con el anterior, ha recibido una dosis de maquillaje para que Trump no pierda su batalla de la época electoral en la que NAFTA constituyó su caballo de batalla contra Clinton y para que no se interprete una sensación de aislamiento global que puede empezar a sentirse en los Estados Unidos. Recordemos que una guerra comercial es por esencia, larga y sus consecuencias se irán incrementando a medida que pasa el tiempo.
De hecho, si comparamos las peticiones iniciales de trump y lo acordado, observaremos una notable diferencia. Sólo ha conseguido abrir el mercado lácteo canadiense (pequeño, por su población), pero no ha conseguido quebrar el sistema de resolución de controversias sobre inversiones con Canadá que tantos quebraderos de cabeza le ha proporcionado.
Como se ha podido apreciar en las líneas anteriores, la guerra comercial y los movimientos paralelos que está provocando no son sino síntomas de quien se avecina como perdedor, los Estados Unidos.
De entrada, por su pérdida de influencia. Una pérdida de influencia que deriva de los modos de actuar. Llegar a un acuerdo para México y Canadá, por ejemplo, no significa olvidar cómo se han comportado los representantes de Trump, y él mismo, a lo largo del proceso negociador. En segundo lugar, por los propios costes directos que va a tener para los estadounidenses no disponer del mercado chino de ciertos productos. Pero, sobre todo, por el hecho de que otros ocuparán el lugar que los estadounidenses van a dejar.
Por ello, esta guerra comercial puede ser vista desde otros lugares como una posibilidad de mejorar su posición relativa y experimentar el deseo de que se prolongue en el tiempo. La propia evolución de la política estadounidense, la volatibilidad de opiniones del Presidente Trump, hacen que tampoco sea un dato sobre el que se deban confiar.
El America first de Trump que ha hecho romper el TPP, criticar a los aliados de la OTAN, censurar a canadienses y mexicanos, puede hacer que se examinen las consecuencias del unilateralismo. El problema es que, en estas circunstancias, el daño a la confianza tardará tiempo en cicatrizar. Son las consecuencias de la irreflexiva política comercial de Trump.