Yo soy la Oltra, la Oltra

Antonio Jiménez-Blanco

A Concha Piquer (Concepción Piquer López: Valencia, 1906-Madrid, 1990) se la conoce como “Doña Concha” o “La gran señora de la copla”. Y es que acumuló muchos méritos a lo largo de su vida.

Primero, haber sabido superar un origen muy humilde. En su casa sólo entraba el jornal que ganaba su padre como albañil y, para mayor dramatismo, cuando ella vino al mundo habían muerto sus cuatro hermanos mayores. En la España de la restauración la vida era, para la mayoría de la gente, así de dura. Y ascensores sociales había pocos. Ella tuvo que buscarse las habichuelas a partir de 1922 en Nueva York, de la mano nada menos que del maestro Manuel Penella: ¡un respeto!

Segundo rasgo digno de encomio, haber llevado con toda dignidad, a partir de 1933, su relación “con un hombre casado”, como se decía entonces. Era, por supuesto, Antonio Márquez, torero de gran éxito. Esas cosas, en aquella época y sin posibilidad de divorcios, estigmatizaban a una mujer como la querida o la amante de (palabras que se empleaban con tono acusatorio y descalificante) y de ahí la necesidad de firmar papeles donde fuera: hubo de viajar, ya en 1945, hasta Montevideo, nada menos.

Y tercero y último rasgo a aplaudir, supo retirarse a tiempo. En 1958, en el teatro isla Cristina, de Huelva, perdió la voz por unos momentos y lo entendió como un aviso: no se volvería a repetir. Con apenas cincuenta y dos años tomó, libre y espontáneamente, la dolorosa decisión de dejar de actuar en público -no se movería más con su famoso baúl- y si hasta 1963 continuó grabando discos fue porque tenía contratos firmados y una persona como ella ni se planteaba la posibilidad de no honrar sus compromisos. Y eso que habría de vivir hasta 1990.

Una existencia, en suma, no fácil: nadie le regaló nada. Pero, como de este valle de lágrimas forman parte las compensaciones, la suerte le sonrió cuando pudo conocer a Rafael de León, poeta de primer orden, que, precisamente pensando en la situación de ella entre 1933 y 1945, escribió el “Romance de la otra”: “yo soy la otra, la otra, y a nada tengo derecho, porque no llevo un anillo, con una fecha por dentro”. Y como constatación del implacable apartheid que sufrían esas mujeres: “No tengo ley que me abone, ni puerta donde llamar, y me alimento a escondías, con tus besos y tu pan”. Cuenta Daniel Pineda Novo, biógrafo del escritor (“Rafael de León, un hombre de copla”), que Rafael no lo pasó bien con Concha, porque “era una mujer muy temperamental”. Pero lo cierto es que, con la música de Manuel Quiroga y la aportación de Antonio Quintero para los aspectos teatrales, aquella pieza terminó convirtiéndose en una canción cuyo estribillo hemos tarareado todos muchas veces. Luego ha habido versiones más modernas, como la de Rocío Jurado, que se ha hecho legendaria.

Los parangones de Concha Piquer con otra valenciana ilustre, como Mónica Oltra (Jarque de segundo apellido), saltan a la vista. También ésta vio la luz en un hogar nada próspero, hasta el punto de que el feliz evento, en 1969, tuvo lugar en Neuss, en Alemania, porque sus padres se habían visto obligados a emigrar. Y sucede que eso no le impidió -en 2015- llegar a lo más alto (lo segundo más alto: la Vicepresidencia) en el Gobierno de su Comunidad Autónoma, que se dice pronto.

De sus andares en lo afectivo cabe igualmente constatar que no han sido convencionales. En 1997 se enlazó con un argentino, Luis Eduardo Ramírez Icardi, llamado a darle a la buena mujer una existencia llena de sobresaltos. Hoy no están juntos, aunque no acaba de saberse a punto fijo si la ruptura tuvo lugar en 2017 o sólo más tarde.

Y, en cuanto a lo tercero, saber irse (que no sean las circunstancias las que te acaben echando, como tantas veces sucede con esos representantes de la vieja política que, con unos u otros pretextos, se atornillan al puesto), ¡qué decir! El pasado 21 de junio, martes, renunció a todas sus bicocas, y bien se sabe que el coche oficial genera adición, incluso en las personas que muestran más despego hacia la erótica del poder. Y ello pese a que el sábado anterior, el 18, los suyos, para arroparla ante los primeros reveses, le habían organizado una fiesta con danzas que nada tuvo que envidiar al que en la cultura española es El baile por excelencia, el de la obra de teatro y luego la película de Edgar Neville, con la gran Conchita Montes (Concepción Carro Alcaraz, nada menos) como protagonista.

Mónica Oltra tiene cincuenta y dos años, los mismos que Concha Piquer cuando cantó en Huelva, lo cual ofrece más datos para que un nuevo Plutarco pudiese hablar, sí, de vidas paralelas. Es una lástima, y una injusticia, que en esta ocasión no se haya cruzado un Rafael de León (y sus colegas Quintero y Quiroga, claro está) para que el mundo de la cultura popular no haya acogido a la Oltra en su seno.

Dicen que en los últimos días anda cariacontecida y con idea de haber sufrido persecución. Tal vez se le puedan aplicar alguna de las estrofas del poema: “¿Por qué se viste de negro, ¡Ay, de negro!, si no se le ha muerto nadie”. Y también: “¿Por qué está siempre encerrada, ¡Ay, por qué!, como la que está en la cárcel”. O más aún: “¿Por qué no tiene familia, ni perrito que la ladre, ni flores que la diviertan, ni risa que la acompañe?”.

Rafael de León, un visionario.

 

Antonio Jiménez-Blanco Carrillo de Albornoz