La celebración de una nueva jornada de fútbol, ya sea en las competiciones nacionales de Liga o Copa, o internacionales, ya sea Champions o un Mundial, hace que se llenen las páginas de la prensa deportiva y general de debates apasionados sobre el VAR, el Video Asistant Referee, y los errores que ha podido provocar o cuándo debió intervenir y no lo hizo.

Con el VAR, lo que se busca es que haya una revisión externa e interna de aquellas jugadas conflictivas. Revisión que, como es conocido, se desarrollará a través de repeticiones variadas de la jugada utilizando alta tecnología para ayudar al árbitro que está en el campo a decidir. El mismo verá cuantas veces quiera la jugada hasta hacerse una idea de qué ocurrió realmente.

Las quejas vienen porque, por un lado, hay diferencias de criterio en el momento del uso y, en segundo lugar, porque las hay en la aplicación de los criterios que determinan una falta. Y uno y otro son problemas irresolubles.

El VAR, de entrada, es limitado. El número de jugadas que puede examinar es reducido, algo que, por otra parte, resulta lógico para que se mantenga la continuidad en el partido. Sólo examinará para revisar goles en donde haya podido haber infracciones, penalties, tarjetas rojas y problemas de confusión de identidades. Esta primera restricción ya marca un primer punto de fricción: hasta dónde se extiende, por ejemplo, la jugada que termine en gol y en donde se puede haber producido una falta. Es lo que ocurrió, en la posible falta a Vinicius que dio lugar al gol del Atlético de Madrid en el partido de la semana pasada.

Pero lo más relevante es cómo están configuradas las normas y qué es lo que ha de hacer el juzgador, el arbitro.

De las extensas y minuciosas reglas que están recogidas en el reglamento de fútbol hay algunas que necesariamente requieren una valoración por parte del árbitro. Pensemos en las reglas del fuera de juego, yendo más allá, cuándo se puede considerar “fuera de juego posicional”. La pierna sí juega para el fuera de juego y el brazo no… una cauística compleja que se complica más cuando se desarrolla en un terreno de juego y ni siquiera la abundancia de cámaras actual permite ir en paralelo al penúltimo defensor (el último se supone que es el portero) en todas las circunstancias.

De hecho, si leemos las reglas de la FIFA veremos que señalan que es un instrumento en el que “el árbitro informa a los asistentes de vídeo, o los asistentes de vídeo recomiendan al árbitro que se revise una decisión o incidencia”. Dicho con otras palabras, sólo funciona el VAR si el árbitro duda.

Es una regla que puede ser discutible pero que es razonable. No hay norma alguna que pueda crear un mecanismo automático de apertura del VAR que discrimine con precisión cuándo se debe utilizar y cuándo no. Puede haber una recomendación de que se haga, pero será el árbitro el que lo decida, porque es él el que tiene elementos suficientes. El se habrá dado cuenta de si su ubicación era la mejor para tener una visión razonable y verá si le faltan elementos de juicio.

Más aún, ¿son las normas suficientemente claras para eliminar cualquier punto de subjetividad? Las normas marcan las conductas punibles pero, al mismo tiempo, la realidad es suficientemente rica para que no se pueda recoger todo en ellas.

El penalti a Vinicius del Atlético de Madrid de la semana pasada y que provocó el 1-2. ¿Se sanciona el momento en que se quiso hacer la falta o aquél en el que la entrada tuvo el resultado de provocar la caída del jugador? ¿Podemos preverlo en el reglamento?

Lo que se pretende enfáticamente desde los carruseles deportivos o desde los comentarios de la prensa deportiva o en las declaraciones de los participantes es una quimera. No hay posibilidad de objetivizarlo todo de tal manera que se elimine el error arbitral.

Salvo, claro está, que estemos en disposición de sustituirlo por un instrumento de inteligencia artificial que arbitre y le demos todas las visiones posibles para que analice al segundo, algo de lo que estamos cerca pero para lo que aún queda. Si esto fuera así, nos encontraríamos ante otro problema en los casos de error: el logaritmo no está bien articulado.

En el fondo, los problemas del arbitraje, y con ellos los del VAR, son similares a los de la aplicación de la justicia en los tribunales y en las decisiones administrativas: el error es algo consustancial a la vida y, por ello, a la aplicación de las normas. La visión de los hechos siempre está distorsionada y las normas tienen ámbitos de discrecionalidad.  

Se ha articulado un sistema que pretende reducir el error pero siempre existirá un halo en el que exista tal posibilidad. Y aunque no marque goles, ni los pare, forma parte del juego y, en consecuencia, su error es tan razonable como el del jugador que tira fuera a puerta vacía.

Articular las reglas del juego supone que para el conflicto hay que dotar un instrumento de resolución. El árbitro. Y en este caso, más allá de la discusión en el café del lunes por la mañana, hay que reconocer que el árbitro tiene razón, no porque tenga razón sino porque es el último que habla.

Lo mismo que dijo, por cierto, un antiguo Presidente del Tribunal Supremo de los Estados Unidos, explicando porqué sus decisiones tenían más valor que las de todos los demás tribunales.